Walt pasó muchas calamidades hasta levantarse de aquella quiebra. Tuvo que vivir con un tío que le recordaba a diario la importancia de tener un trabajo y para aguantar esas humillaciones por vivir debajo del techo de su tío, Disney había vendido anteriormente su cámara para comprar un pasaje para trasladarse a aquel techo ingrato. Pero Walt estaba destinado para algo más grande y él así lo pensaba y siguió en su empeño de montar una gran empresa pese a que todo le salía mal, no recibía apoyo de su tío, no era contratado en ningún estudio, fue traicionado por sus compañeros una vez que montó su estudio, Mintz, la persona con la que negociaba la comercialización de las animaciones de sus personajes más importantes se llevó a gran parte de sus trabajadores y creó un estudio alternativo para negociar con él una bajada drástica de sus precios... y es que creer en uno mismo es un auténtico pulso en la vida y sólo triunfan los que mantienen ese pulso hasta el final, los que no dejan doblar su brazo incluso aunque éste está a punto de tocar la madera, los que piensan que en algún momento el viento tiene que virar a su favor y por tanto siguen navegando a contracorriente aunque les cueste toda su energía, los que, en definitiva, creen en sí mismos incluso cuando todo el mundo a su alrededor les dicen que no lo conseguirán.
Por eso me gusta Disney, porque no se rindió y su vida es un ejemplo para los que, como yo, aún seguimos subidos en ese barco que navega en contra del viento.
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